Cuando la familia Pérez se mudó a su nueva casa, todo parecía perfecto. Buscaban un nuevo comienzo, un lugar donde construir recuerdos felices. Sin embargo, su ilusión pronto se transformó en un aterrador enigma cuando descubrieron una puerta misteriosa en el sótano. Oculta tras una pared desgastada y ausente de los planos originales de la casa, la puerta emanaba una presencia inquietante que parecía (La noche del demonio: La puerta roja) invitar y advertir al mismo tiempo.
Movidos por la curiosidad, decidieron abrirla, ignorando las dudas y el escalofrío que sentían al acercarse. Lo que encontraron detrás no era un espacio físico, sino un portal a algo más oscuro, algo que había permanecido sellado por una razón. Desde ese momento, extraños sucesos comenzaron a ocurrir. Ruidos inexplicables llenaban las noches, sombras danzaban en los rincones, y la casa, antes acogedora, se sentía opresiva y hostil.
Andrés, el padre, trató de tranquilizar a la familia, convencido de que todo tenía una explicación racional. Sin embargo, su escepticismo flaqueó cuando empezó a tener pesadillas vívidas que dejaban marcas físicas en su cuerpo. Mariana, la madre, descubrió antiguos símbolos grabados cerca de la puerta, junto con fragmentos de textos que advertían sobre un mal sellado detrás de ella.
Los hijos, Mateo y Sofía, parecían ser los más afectados. Mateo comenzó a hablar con alguien que no estaba allí, mientras Sofía dibujaba figuras oscuras y aterradoras, afirmando que las veía en la casa. Cada intento por cerrar la puerta resultaba inútil, como si la fuerza liberada se hubiera aferrado a ellos.
A medida que los eventos se intensificaban, los Pérez se dieron cuenta de que no solo enfrentaban un fenómeno sobrenatural, sino también una amenaza directa a su cordura y sus vidas. La entidad liberada parecía alimentarse de sus miedos, manipulando sus mentes y desgastando sus vínculos familiares.