
En pleno corazón de Texas, en 1985, la vida de Ron Woodroof dio un giro radical. Electricista de profesión y conocido por sus múltiples estafas, Woodroof llevaba una vida marcada por el desenfreno y el rechazo a cualquier tipo de autoridad. Sin embargo, todo cambió cuando recibió un diagnóstico que, para muchos en esa época, era sinónimo de sentencia de muerte: VIH positivo. Como consecuencia, los médicos le pronosticaron solo 30 días de vida.
La epidemia del SIDA apenas comenzaba a conocerse y estaba envuelta en una nube de desinformación, miedo y prejuicios. Los tratamientos eran experimentales, escasos y, en muchos casos, ineficaces. Además, la burocracia médica y las regulaciones del gobierno obstaculizaban el acceso a medicamentos que en otros países ya mostraban cierta efectividad. Fue en este contexto que Woodroof, enfrentándose a la desesperación y a sus propios prejuicios, decidió tomar las riendas de su destino.
Negándose a aceptar la condena impuesta por el sistema, Ron empezó a investigar por su cuenta y a viajar a distintos lugares del mundo para conseguir fármacos alternativos no aprobados por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU.). Pronto descubrió que no era el único dispuesto a arriesgarlo todo por una posibilidad de sobrevivir. Así nació lo que más tarde se conocería como el «Dallas Buyers Club», una organización clandestina que ofrecía tratamientos alternativos a personas con SIDA que no encontraban opciones dentro del sistema médico oficial.