
Violet no esperaba que esa noche marcara un antes y un después en su vida. Tras años de duelo por la pérdida de su esposo, finalmente se había animado a tener una cita. Madre viuda y dedicada por completo a su hijo, esa salida representaba más que una cena: era un paso valiente hacia su reconstrucción emocional. Con nerviosismo y una mezcla de ilusión, llega a un restaurante elegante, el tipo de lugar que impone y fascina al mismo tiempo.
Su cita, Henry, no decepciona. Alto, atractivo, carismático y educado, rápidamente logra que Violet se relaje. La conversación fluye con naturalidad y por un momento, ella se permite soñar con un nuevo comienzo. La conexión parece auténtica, la química evidente. Todo marcha bien… hasta que su teléfono vibra.
Lo que parecía un simple mensaje pronto se convierte en una serie de notificaciones inquietantes. Violet comienza a recibir mensajes anónimos, y lo que inicialmente podría tomarse como una broma o malentendido, rápidamente se transforma en una amenaza creciente. Los textos son cada vez más personales, casi invasivos, como si alguien estuviera espiando cada uno de sus movimientos.
Mientras intenta disimular el temor que la invade, su atención se divide entre mantener la compostura ante Henry y entender qué está ocurriendo. La calidez del ambiente se enfría; el lujo del restaurante se convierte en un escenario opresivo, casi teatral, donde cada gesto puede esconder un secreto. Violet ya no sabe en quién confiar. ¿Y si Henry no es quien dice ser? ¿Y si todo esto fue planeado desde antes?