A fines del siglo XIX, la Revolución Industrial trajo consigo un avance tecnológico sin precedentes, especialmente en el campo de la electricidad. En el centro de este conflicto se encuentran dos de los inventores más destacados de la época: Thomas Edison y George Westinghouse, quienes se disputaban el dominio del sistema eléctrico que alimentaría al nuevo siglo.
Edison, respaldado por el magnate financiero J.P. Morgan, logró un éxito temprano al iluminar Manhattan con su sistema de corriente continua, lo que le permitió ganar notoriedad mundial. Su logro parecía ser la solución definitiva al problema de la electricidad, pero pronto comenzaron a aparecer las primeras limitaciones de este sistema, particularmente en su capacidad para cubrir grandes distancias de manera eficiente.
En respuesta, George Westinghouse, un empresario visionario, se dio cuenta de las deficiencias del sistema de Edison y comenzó a desarrollar una alternativa. Con la colaboración del inventor Nikola Tesla, quien había trabajado en la teoría de la corriente alterna, Westinghouse introdujo este nuevo enfoque. A pesar de que la corriente alterna era inicialmente vista con desconfianza debido a su aparente peligrosidad, Tesla demostró que podía ser mucho más eficiente y escalable que la corriente continua, ya que permitía transmitir electricidad a largas distancias sin grandes pérdidas de energía.
La competencia entre Edison y Westinghouse se intensificó rápidamente, convirtiéndose en una verdadera «guerra de las corrientes». Edison, aferrándose a su sistema de corriente continua, utilizó todos los medios posibles para desacreditar la corriente alterna, mientras que Westinghouse y Tesla luchaban por demostrar que su invento era la clave para el futuro de la electricidad. La disputa no solo fue tecnológica, sino también un enfrentamiento ideológico y comercial, con los dos bandos luchando por establecer su sistema como el estándar mundial.
Finalmente, fue la corriente alterna la que prevaleció, transformando para siempre la forma en que se generaba y distribuía la electricidad, marcando un hito crucial en el desarrollo de la tecnología moderna. La guerra de las corrientes no solo definió el curso de la electricidad, sino que también reflejó el espíritu de innovación y competencia que caracterizó la era industrial.
