
Un exsoldado despierta sobresaltado en la parte trasera de una camioneta en movimiento. La confusión lo envuelve como una niebla espesa: no sabe dónde está, cómo llegó allí, ni qué está pasando. A su lado, un niño que claramente ha sido secuestrado. Pero el desconcierto inicial pronto se convierte en desesperación al darse cuenta de que solo dispone de nueve minutos y treinta y siete segundos de consciencia. Ese es el tiempo exacto del que dispone antes de que su mente, afectada por un misterioso trastorno, se apague de nuevo.
Lo que sigue es una carrera contrarreloj, tanto física como mental. El protagonista, un hombre marcado por el trauma de su pasado militar, debe utilizar cada segundo disponible para encontrar pistas, entender su entorno y, lo más importante, descubrir si es un salvador o un verdugo. ¿Está allí para rescatar al niño o fue él quien lo tomó? ¿Es un peón de una conspiración más grande, o el responsable directo de lo que está ocurriendo?
Este breve lapso de lucidez se convierte en su única oportunidad de redención, y también en su única herramienta para desentrañar una situación cargada de tensión y misterio. A través de los ojos del protagonista, el espectador se adentra en una narrativa llena de giros, donde la acción se mezcla con la introspección, y donde cada detalle puede ser la clave para desvelar el rompecabezas.