
Christopher Reeve fue mucho más que el actor que dio vida a Superman en la gran pantalla. Aunque su rostro se volvió mundialmente reconocido por encarnar al icónico superhéroe, su historia personal y su legado van mucho más allá del cine. En 1995, su vida cambió para siempre tras sufrir un trágico accidente ecuestre que lo dejó paralizado del cuello hacia abajo. Este evento marcaría el inicio de una nueva etapa, tan poderosa y transformadora como cualquiera de sus actuaciones.
El 27 de mayo de 1995, durante una competencia de equitación en Virginia, Reeve cayó de su caballo después de que el animal se detuviera abruptamente ante un obstáculo. La caída fue brutal: se fracturó las dos primeras vértebras cervicales y perdió toda movilidad desde el cuello. La noticia conmocionó al mundo. El hombre que había personificado la fuerza y la invulnerabilidad quedó repentinamente atrapado en un cuerpo que no respondía.
Sin embargo, lo que podría haber sido el fin de su historia fue solo el comienzo de otra. Reeve decidió no rendirse y utilizó su fama y su voz para convertirse en un firme defensor de los derechos de las personas con discapacidad y de la investigación científica para encontrar una cura a las lesiones medulares. Junto a su esposa Dana, creó la Fundación Christopher Reeve, que más tarde se fusionó con la Paralysis Resource Center, formando la actual Christopher & Dana Reeve Foundation. Esta organización ha financiado millones de dólares en investigaciones y ha ofrecido apoyo a miles de personas con parálisis.
Reeve también se convirtió en un símbolo de esperanza y resiliencia. Dio discursos, escribió libros y dirigió películas, todo desde su silla de ruedas, demostrando que su mente y su espíritu seguían tan activos y comprometidos como siempre. Su activismo ayudó a visibilizar a una comunidad frecuentemente ignorada y empujó a gobiernos y científicos a redoblar esfuerzos en el campo de la neurociencia.