
Cuando lo vi por primera vez, jamás imaginé que aquel actor de Hollywood se convertiría en el hombre más poderoso del mundo. Para la KGB, Ronald Reagan era poco más que una nota al pie en los informes sobre la influencia cultural estadounidense. Pero con el tiempo, su nombre dejó de ser una simple mención para volverse una prioridad estratégica, no por su actuación en la gran pantalla, sino por su papel en la historia.
A principios de los años cincuenta, mientras trabajaba en la inteligencia soviética, recibí órdenes de vigilar a ciertos actores de Hollywood. Reagan, entonces presidente del Sindicato de Actores de Cine, se distinguía por su abierto anticomunismo y sus denuncias sobre presuntas infiltraciones soviéticas en la industria del entretenimiento. Para muchos de mis superiores, era solo otro actor con opiniones firmes, pero algunos comenzamos a notar su carisma y su inusual capacidad de persuasión.
Con el paso de los años, Reagan dejó de ser solo una figura mediática. Su ascenso en la política lo llevó a la gobernación de California, consolidando su imagen como un líder conservador de creciente influencia. Para nosotros en la KGB, esto marcó un cambio de percepción: ya no era un exactor con posturas ideológicas, sino un político con verdadero potencial. Seguimos de cerca su evolución, sus discursos y su respuesta a las protestas estudiantiles, comprendiendo que su impacto iba mucho más allá de la retórica.
Cuando anunció su candidatura presidencial, en Moscú muchos lo subestimaron. Se pensaba que su pasado en Hollywood jugaría en su contra, que su inexperiencia en política internacional lo haría vulnerable. Pero Reagan tenía algo que pocos anticiparon: una visión clara y una conexión genuina con la gente. En 1980, contra todo pronóstico, derrotó a Jimmy Carter y se convirtió en el 40º presidente de los Estados Unidos.
A partir de entonces, dejó de ser un adversario ideológico para convertirse en una obsesión en el Kremlin. Su postura inquebrantable contra la Unión Soviética, su retórica desafiante y su insistencia en reforzar el poderío militar estadounidense elevaron la tensión de la Guerra Fría a niveles críticos. A lo largo de sus dos mandatos, Reagan no solo desafió nuestra influencia en el mundo, sino que, con su determinación y estrategias, contribuyó a precipitar el colapso de la Unión Soviética.