
La tranquilidad de una nueva vida en un nuevo hogar es rápidamente interrumpida para Rebekah (interpretada por Lucy Liu), su esposo (Chris Sullivan) y sus dos hijos, Chloe y Tyler, cuando comienzan a experimentar sucesos inexplicables tras su mudanza. Lo que prometía ser un nuevo comienzo para la familia se convierte en una espiral de desconcierto y temor, al verse envueltos en una serie de manifestaciones que sugieren que no están solos en la casa.
La historia, lejos de centrarse únicamente en los sustos y fenómenos paranormales, ofrece una mirada más profunda y original al desarrollar parte de la narrativa desde la perspectiva del ente que los observa. Esta presencia, que al principio parece ser simplemente una amenaza sin rostro, cobra matices a medida que se revelan las capas del pasado que aún no han sido resueltas.
La tensión crece a medida que Rebekah y su familia intentan comprender el origen de los extraños sucesos: puertas que se cierran solas, voces que susurran en la oscuridad y una atmósfera cada vez más opresiva que afecta su convivencia. La relación entre los miembros del hogar comienza a fragmentarse, alimentada no solo por el miedo, sino por los secretos que salen lentamente a la luz.
Lo más inquietante de esta historia es que el terror no proviene únicamente del espectro que los acecha, sino del pasado mismo, de las heridas no sanadas y de los recuerdos reprimidos. A través de la mirada de esta entidad, que más que una figura maligna parece ser un testigo silente de viejas culpas y tragedias olvidadas, se explora la fragilidad de los vínculos familiares y la forma en que el dolor no resuelto puede cobrar nuevas formas.