El 13 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que transportaba a un equipo de rugby y sus acompañantes hacia Chile, se estrelló en un glaciar en pleno corazón de los Andes, marcando el inicio de una de las historias de supervivencia más asombrosas de la historia. La aeronave, un Fairchild FH-227, había sido fletada para llevar al equipo a un partido amistoso en Chile, pero debido a las difíciles condiciones meteorológicas, el avión perdió contacto con los controladores aéreos mientras cruzaba la cordillera.
Poco después de la tragedia, se descubrió que el avión había impactado en un glaciar a más de 4.000 metros de altura, dejando a los 45 pasajeros atrapados en un lugar remoto y de acceso casi imposible. Entre los sobrevivientes se encontraban 16 jugadores de rugby, además de sus amigos y familiares. Aunque muchos lograron sobrevivir al impacto inicial, las condiciones extremas del entorno, sumadas a la falta de recursos y la imposibilidad de comunicarse con el exterior, pusieron en peligro sus vidas.
Los primeros días después del accidente fueron una lucha constante por la supervivencia. La comida escaseaba, el frío era insoportable y las heridas sufridas durante el choque ponían a los sobrevivientes al límite. Cuando los días pasaron sin señales de rescate, la situación se volvió aún más desesperante. A medida que la hambruna se hacía más severa, los sobrevivientes tomaron la terrible decisión de recurrir a la carne de los compañeros fallecidos para mantenerse con vida, una decisión que, aunque traumática, fue vital para su supervivencia.
La historia de estos sobrevivientes no terminó ahí. Después de varias semanas enfrentando condiciones extremas, dos de los miembros del grupo decidieron emprender un peligroso viaje cruzando los Andes en busca de ayuda. Su valentía permitió que, finalmente, el 23 de diciembre, los rescatistas llegaran al lugar del accidente, encontrando con vida a 16 personas de las 45 que viajaban en el avión.