
En un rincón particular del tiempo —Oakland, California, durante el año 1987— convergen cuatro historias que, aunque distintas, laten con un mismo ritmo emocional. A través de estos relatos entrelazados, emerge un homenaje íntimo y nostálgico al poder de la música, el cine, los recuerdos y los vínculos humanos, todo envuelto en una atmósfera que va más allá de lo tangible.
Cada historia se desarrolla como una pieza de un rompecabezas mayor. A primera vista, parecen vidas separadas: jóvenes con sueños por cumplir, adultos atrapados entre la memoria y el presente, almas solitarias que encuentran consuelo en lo cotidiano. Pero pronto queda claro que algo más profundo los une —un lenguaje compartido de emociones y símbolos que solo puede entenderse desde lo sensorial.
La música es uno de los hilos conductores más potentes. Sirve como banda sonora personal y colectiva, como testigo silencioso de momentos clave. Desde los acordes de una canción escuchada en una vieja radio hasta un concierto improvisado en una azotea, cada nota evoca una emoción, una decisión, un recuerdo que se niega a morir. En 1987, la música aún tiene la capacidad de marcar el rumbo de una vida.