
Enclavada entre bosques espesos y alejados del bullicio de la civilización, Villa dei Laghi es una mansión imponente, casi atemporal, donde la vida transcurre en un aparente estado de calma y orden. Allí vive Samuel, un joven que comparte su día a día con su madre, Elena. A simple vista, su vida podría parecer envidiable: un entorno seguro, rodeado de naturaleza y protegido del caos del mundo exterior. Sin embargo, la realidad emocional de Samuel es muy distinta.
Desde niño, Samuel ha crecido bajo el cuidado atento —y a veces sofocante— de Elena, una mujer marcada por sus propias heridas, que ha creado en torno a su hijo una burbuja de rutina y control. Aunque nada parece faltar en lo material, lo esencial —la libertad, la autonomía, el contacto real con el mundo— brilla por su ausencia. El día a día en la mansión se repite como un ciclo monótono y cerrado, convirtiendo lo que podría ser un refugio en una especie de prisión silenciosa.
El aislamiento no es solo geográfico, sino emocional. Samuel se siente atrapado entre los muros del hogar y los límites impuestos por su madre. Su adolescencia está marcada por una creciente inquietud, un deseo de romper con lo establecido y buscar su propio camino. Esta tensión interna lo lleva a cuestionarse no solo su presente, sino también su futuro y la verdadera naturaleza del vínculo con su madre.
Villa dei Laghi, con su atmósfera densa y casi onírica, se convierte en un personaje más de la historia: testigo mudo de los silencios, de las miradas contenidas y de los intentos del joven por encontrar respuestas. La protección que ofrece el lugar es también una barrera que impide a Samuel desarrollarse plenamente.