
En el mundo de las comedias modernas, pocas películas han logrado combinar de forma tan efectiva el humor con la ternura como Virgen a los 40. La historia gira en torno a Andy Stitzer, interpretado por Steve Carell, un hombre de 40 años cuya vida transcurre de forma tranquila, casi anodina. Andy no parece tener grandes ambiciones ni deseos de destacar. Tiene un empleo sencillo en una tienda de electrodomésticos, donde se dedica a una tarea monótona: sellar facturas. Su rutina es predecible, pero él parece estar cómodo con ella.
Andy vive solo en un pequeño pero acogedor apartamento, rodeado de su preciada colección de cómics, figuras de acción y videojuegos, elementos que reflejan su apego a una adolescencia prolongada. No es que no tenga amigos; de hecho, cuenta con un grupo de compañeros de trabajo que, aunque inicialmente lo consideran un poco excéntrico, pronto se convierten en una especie de equipo de apoyo algo torpe pero bien intencionado.
Pero hay un detalle que convierte a Andy en una figura inusual entre los hombres de su edad: nunca ha tenido relaciones sexuales. Este hecho, mantenido en secreto durante mucho tiempo, sale a la luz de manera accidental durante una conversación con sus compañeros. Lo que para Andy ha sido simplemente una circunstancia de vida –marcada más por la timidez que por una elección deliberada–, se convierte para sus amigos en una misión: ayudarlo a “resolver” lo que ven como un problema.