
En el año 2455, la humanidad ha alcanzado un nivel tecnológico tan avanzado que los viajes interplanetarios son algo cotidiano. En este futuro lejano, la Tierra —ahora conocida como «Old Earth»— ya no es el hogar fértil que una vez albergó a miles de millones de seres humanos. Durante siglos, ha estado completamente deshabitada y relegada al olvido, víctima de la contaminación, los desastres ecológicos y el colapso ambiental. Lo que alguna vez fue un planeta lleno de vida, ahora es un páramo marrón azotado por tormentas violentas, océanos venenosos y tierras tóxicas donde nada puede crecer.
A pesar del ambiente hostil, un grupo de jóvenes exploradores decide aventurarse en esta tierra olvidada. Su misión no es repoblarla ni establecer una colonia, sino estudiar y recuperar los vestigios del pasado. Están interesados en los artefactos antiguos y oxidados de las civilizaciones que existieron siglos atrás, con la esperanza de descubrir pistas sobre cómo vivían sus antepasados. La ciencia y la curiosidad impulsan su viaje, que parece, en un principio, una expedición académica más en una galaxia repleta de misterios.
Sin embargo, lo que estos exploradores ignoran es que hay algo más en la Vieja Tierra que solo ruinas y radiación. El peligro real no proviene de la atmósfera venenosa o de los colapsos estructurales de los edificios abandonados. Hay algo —o alguien— que ha permanecido latente durante siglos, esperando. Y ahora que ha sido despertado, está sediento de sangre.