Cuando tienes 16 años y llegas a un resort en la costa de Normandía durante los años 80, podrías imaginar que tus sueños giran en torno a la amistad, la aventura y el disfrute del verano. Sin embargo, para Alexis, ese verano será muy diferente. En lugar de soñar con travesuras en bote o motocicleta, con crear un lazo indestructible con su mejor amigo o vivir la vida al máximo, sus pensamientos están dominados por algo mucho más sombrío: la muerte.
Este no es un relato común de un adolescente buscando emociones o reafirmando su identidad. Para Alexis, el verano se convierte en un período de reflexión profunda sobre lo que significa realmente estar vivo. En un ambiente aparentemente perfecto junto al mar, con la brisa fresca y el sonido de las olas, lo que más consume la mente del joven es la inevitabilidad de la muerte, que aparece como una obsesión que lo aleja de los sueños típicos de su edad. El deseo de vivir, a su lado, parece insignificante comparado con el deseo de comprender el final.
En este entorno idílico, donde muchos jóvenes se entregan a la emoción de nuevas experiencias, Alexis se adentra en un proceso de crecimiento que no se trata solo de vivir la vida al máximo, sino de entender las sombras que acechan la existencia humana. La muerte se convierte en el centro de su mundo, y sus interacciones con otros, su relación con su mejor amigo y los días tranquilos en la costa son invadidos por este pensamiento oscuro.
Lo que comienza como una típica historia de verano, con todo lo que un joven espera de unas vacaciones junto al mar, se convierte en una introspectiva lección de madurez. A medida que los días pasan, Alexis aprende que crecer no solo es una cuestión de vivir aventuras, sino de afrontar preguntas existenciales, asumir responsabilidades y, finalmente, encontrar un equilibrio entre la vida y la muerte. En ese verano en Normandía, Alexis descubrirá que el mayor reto de todos no es vivir sin miedo, sino aprender a vivir con la conciencia de que la muerte siempre está presente.