El distrito quemado

En ocasiones, el dolor puede abrir puertas que de otro modo permanecerían cerradas. Para un hombre marcado por la pérdida, el viaje hacia la sanación lo lleva a un pequeño pueblo que, a primera vista, parece detenido en el tiempo. Tranquilo, apartado del bullicio de la ciudad, y lleno de rostros amables, el lugar parece el refugio perfecto para lamer sus heridas emocionales. Sin embargo, pronto descubrirá que bajo la superficie serena se esconde algo mucho más oscuro.

Este pueblo, que podría confundirse con cualquier paraje rural, oculta secretos que no pertenecen al mundo de los vivos. Lo que comienza como una búsqueda de paz, rápidamente se transforma en una lucha por la supervivencia. A medida que el protagonista explora sus calles, conversa con sus habitantes y empieza a reconstruir su vida, se topa con comportamientos extraños, susurros a media noche, y leyendas que los locales prefieren no recordar.

Lo que más desconcierta al hombre no es solo la naturaleza sobrenatural de los eventos, sino cómo la oscuridad ha moldeado a cada persona que vive allí. La maldición que pesa sobre el pueblo no es reciente, ni tampoco sutil. Se trata de una presencia antigua, latente, que se alimenta del sufrimiento humano. En su búsqueda por entender lo que ocurre, se ve forzado a enfrentar no solo a entidades invisibles, sino también a sus propios demonios internos.

Aquí, el dolor se convierte en una especie de moneda: cuanto más intenso, más vulnerable se es ante la presencia maligna que ronda por el lugar. Y aunque al principio intenta escapar de sus recuerdos y enterrar su duelo, pronto entiende que solo enfrentando su pérdida podrá tener una oportunidad de combatir el mal que ha consumido al pueblo y a sus gentes.