
En una vieja bodega del sur de Francia, se da cita un grupo de hombres tan curtidos como enigmáticos. Son ex agentes de inteligencia y veteranos de la Guerra Fría, reunidos por una causa común que, sin embargo, ninguno comprende del todo. Así arranca Ronin, un thriller de acción que se desliza entre los códigos del cine de espionaje clásico y la estética del cine moderno, ofreciendo una narrativa donde la traición, la lealtad y la supervivencia son moneda corriente.
La historia se centra en la formación de este peculiar equipo de mercenarios, todos con habilidades únicas y un pasado marcado por la desconfianza. Al igual que los antiguos samuráis sin amo —los “ronin” de la tradición japonesa—, estos personajes navegan un mundo donde la lealtad es difusa y el honor se mide por la capacidad de mantenerse con vida. Su objetivo es simple en apariencia: recuperar un maletín misterioso y entregarlo a un cliente anónimo. Pero en el universo de Ronin, nada es tan simple como parece.
El contenido del maletín es un secreto que se mantiene hasta el final, no solo para los protagonistas, sino también para el espectador. Esta decisión narrativa convierte el objeto en un símbolo de la codicia, la ambición y la incertidumbre que definen a los personajes. Pronto queda claro que no todos en el equipo están del mismo lado, y que las alianzas se rompen tan rápido como se forman. Un criminal sin escrúpulos, dispuesto a venderse al mejor postor, lidera a otra facción que también busca el maletín, lo que convierte la misión en una carrera letal contra el tiempo.