
En un contexto donde los límites de la televisión parecen desdibujarse cada vez más, una nueva producción ficticia propone una aguda crítica al sensacionalismo mediático: se trata de un falso documental que narra la historia de un ejecutivo ambicioso dispuesto a todo por alcanzar el éxito en la industria televisiva. Su propuesta es tan descabellada como provocadora: lanzar un reality show en el que los concursantes deben participar en una versión televisada de la ruleta rusa.
El documental simulado sigue de cerca el proceso de desarrollo de este polémico programa, desde la concepción de la idea hasta su intento de producción. A través de entrevistas ficticias, imágenes detrás de cámaras y testimonios inventados de productores, expertos en medios y posibles participantes, la película crea una atmósfera de verosimilitud inquietante. La narrativa cuestiona no solo los límites éticos del entretenimiento, sino también el papel de la audiencia como cómplice en la búsqueda de contenidos cada vez más extremos.
El protagonista es un ejecutivo frío y calculador, cuya obsesión por las cifras de audiencia lo lleva a ignorar cualquier principio moral. Su objetivo no es solo escalar posiciones dentro de la cadena televisiva, sino también marcar un hito en la historia de la televisión. Para él, la ruleta rusa no es más que un formato innovador y transgresor que atraerá millones de espectadores. A lo largo del falso documental, el espectador es testigo del creciente entusiasmo del ejecutivo y del silencio incómodo —cuando no complicidad— de su entorno profesional.