
En un rincón apartado de un bosque profundo y desolado, Kate y su hija Beth llevan una vida tranquila, alejada de la agitación del mundo exterior. Su hogar, una granja aislada, ha sido su refugio, un lugar donde el ritmo de la naturaleza marca el paso de los días. Sin embargo, a pesar de la aparente paz, algo inquietante comienza a perturbar la calma que había predominado durante años.
Desde hace un tiempo, Kate siente que algo no está bien. Al principio, sus preocupaciones parecen infundadas. Son pequeñas anomalías, cambios sutiles en su entorno que, aunque no visibles para los demás, ella percibe con una claridad inquietante. Los ruidos extraños en la noche, las sombras que parecen moverse sin explicación, y una sensación general de estar observadas, empiezan a desestabilizar su percepción de la realidad.
A medida que los días pasan, la madre se siente más atrapada en un mundo de dudas y temores. Las luces de la granja, que antes siempre se mantenían encendidas hasta altas horas, comienzan a apagarse inexplicablemente, y la naturaleza misma del bosque parece volverse más sombría. Kate comienza a cuestionar si está perdiendo la cordura, pero la madre que es no puede evitar que su instinto protector se despierte con fuerza. Sabe que algo está acechando, algo que amenaza la seguridad de Beth, su hija. La relación entre madre e hija, siempre cercana y fuerte, empieza a convertirse en el único refugio en medio de la creciente paranoia.