
Henry, interpretado por Keanu Reeves, es el retrato de la apatía moderna. Un hombre común que ha dejado pasar los días sin propósito ni pasión, atrapado en la rutina de su empleo en una estación de peaje. Su vida transcurre en piloto automático, sin grandes aspiraciones ni dramas aparentes. A su lado está su esposa (Judy Greer), una mujer encantadora pero visiblemente frustrada, que aún guarda la esperanza de que su marido despierte de ese letargo emocional que lo consume.
Pero todo cambia el día en que Henry es arrestado por un crimen que no cometió. Por un giro absurdo del destino, es acusado de participar en el atraco a un banco y, sin pruebas que lo liberen de inmediato, es enviado a prisión. Lo que parece ser una injusticia devastadora se convierte, curiosamente, en el punto de inflexión en su existencia.
Dentro de los muros de la cárcel, Henry conoce a Max (interpretado por James Caan), un veterano criminal que ve en él algo más que un simple hombre perdido. Max, con su experiencia y sabiduría callejera, se convierte en una especie de mentor para Henry. Lo impulsa a replantearse su vida, a entender quién es realmente y qué quiere hacer con su futuro. Poco a poco, Henry empieza a despertar: el encierro que debería haberlo hundido se convierte en un espacio de transformación.
La película, con tintes de comedia negra y drama existencial, nos plantea una reflexión inusual: ¿puede una injusticia salvar una vida? A través de un guion que equilibra el humor y la introspección, seguimos el proceso de redescubrimiento de un hombre que, al perderlo todo, encuentra finalmente la chispa que lo hace sentirse vivo.