
Joseph Goebbels, uno de los colaboradores más cercanos de Adolf Hitler, desempeñó un papel crucial en la maquinaria de propaganda del régimen nazi. Como Ministro de Propaganda del Tercer Reich, Goebbels fue el encargado de moldear la percepción pública en favor de las políticas más devastadoras de la historia, entre ellas el Holocausto y la guerra que Hitler estaba a punto de desatar. Su labor no solo se limitó a la creación de mensajes oficiales, sino que se extendió al control total sobre los medios de comunicación, la educación y las artes en la Alemania nazi, con el fin de crear un ambiente de total conformidad y aceptación hacia los objetivos del régimen.
El régimen nazi entendió la importancia de controlar la información y manipular la opinión pública para garantizar la implementación de sus objetivos. En este contexto, Goebbels se convirtió en el artífice de una estrategia mediática sin precedentes. A través de películas, discursos, propaganda impresa y la radio, difundió el mensaje del Tercer Reich, exigiendo la lealtad absoluta hacia Hitler y justificando las políticas más extremas, incluidas las persecuciones contra los judíos, los gitanos, los discapacitados y otros grupos considerados «indeseables» por el régimen.
Una de las prioridades de Goebbels fue generar un ambiente propicio para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. A través de la propaganda, se pintó a la Alemania nazi como una víctima rodeada de enemigos y se promovió la idea de que la guerra era una necesidad para la supervivencia del pueblo alemán. Su habilidad para crear discursos emotivos y persuasivos permitió que el pueblo alemán apoyara el inicio de la guerra, a pesar de las consecuencias devastadoras que esta acarrearía para millones de personas.
En cuanto al Holocausto, Goebbels fue fundamental en la preparación de la opinión pública para la implementación de la «solución final», el plan nazi para exterminar a los judíos europeos. Aunque su participación en la planificación directa de los crímenes fue limitada, su capacidad para justificar y enmascarar la brutalidad del genocidio fue esencial para asegurar la cooperación de la sociedad alemana. Utilizó la propaganda para deshumanizar a las víctimas y para presentar la persecución como una lucha necesaria contra un supuesto enemigo interno.