
Durante una representación navideña en un teatro, el famoso escritor Charles Dickens intenta dar vida a su clásico Cuento de Navidad ante el público. Sin embargo, su intento se ve constantemente interrumpido por su hijo Walter, que desde bastidores dramatiza con gran entusiasmo las aventuras del rey Arturo, acompañado por su excéntrica gata Willa. El alboroto arruina la función, y Dickens, frustrado, considera castigar al niño. Pero su esposa Catherine lo anima a tomar otro enfoque: en lugar de reprimir su imaginación, ¿por qué no canalizarla hacia una historia más grande? Le sugiere que le cuente a Walter la vida de Jesucristo, el verdadero «Rey de Reyes».
Walter, escéptico y algo desafiante, acepta escuchar la historia con una sola condición: podrá marcharse si se aburre. Para sorpresa de todos, el relato empieza a atraparlo. A medida que Charles narra los eventos —desde el nacimiento en Belén hasta la predicación de Jesús, sus milagros, su crucifixión y su resurrección—, Walter se ve cada vez más involucrado emocionalmente. Imagina que él y Willa viajan junto a Jesús y sus discípulos, siendo testigos de cada momento crucial.
La historia no solo despierta su curiosidad, sino también su empatía y su fe. El pequeño empieza a ver en Jesús no solo a un personaje, sino a una figura profundamente real, un rey cuya fuerza no está en la espada, sino en el amor y el sacrificio. Cuando llega el momento de la crucifixión, Walter lucha por comprender cómo alguien tan justo puede sufrir una muerte tan injusta. Charles lo guía contándole la historia de Adán y Eva, el pecado original y el motivo por el cual Jesús ofreció su vida.
A través de este proceso, Walter se transforma. Aquella historia que comenzó como una prueba de paciencia se convierte en un camino de descubrimiento personal. Con la resurrección, llega también su comprensión del amor redentor de Cristo. El niño que adoraba a los reyes de leyenda encuentra en Jesús a un rey verdadero, uno que reina no por poder, sino por su entrega total a la humanidad.