
En el oscuro contexto de la Segunda Guerra Mundial, donde las ideologías extremas y el odio racial definían el curso de millones de vidas, El niño con el pijama de rayas nos invita a mirar los acontecimientos desde una perspectiva inesperada: los ojos de un niño. Bruno, de tan solo ocho años, es hijo de un alto comandante nazi que ha sido trasladado junto con su familia a una zona rural, cerca de un campo de concentración. Su mundo infantil, hasta entonces lleno de juegos, imaginación y descubrimientos, se ve abruptamente alterado por la realidad que lo rodea, aunque él no logre comprenderla del todo.
Desde la ventana de su nueva casa, Bruno observa con curiosidad la existencia de una cerca que separa su mundo del de otros niños, que visten extrañas “pijamas de rayas”. Movido por su espíritu aventurero y su soledad, decide explorar los alrededores y es ahí donde conoce a Shmuel, un niño judío que vive prisionero al otro lado del alambrado. A pesar de las enormes diferencias que los separan —una cerca, una guerra, una ideología—, ambos niños establecen un vínculo genuino, basado en la inocencia, el juego y la empatía natural que aún no ha sido corrompida por el odio o la propaganda.
Lo conmovedor de esta historia es que, mientras el lector o espectador comprende el horror que se oculta detrás de la aparente normalidad del campo, Bruno se adentra en ese mundo con la ingenuidad de quien solo ve a otro niño necesitado de compañía. La relación entre Bruno y Shmuel se convierte en una metáfora poderosa de lo que podría haber sido un mundo sin prejuicios, donde las barreras impuestas por los adultos carecen de sentido para los niños.