
En la Nueva Jersey de mediados de los años 60, donde el crimen organizado ejercía su influencia desde las sombras, surgió una figura tan enigmática como aterradora: Richard Kuklinski. A simple vista, era un hombre ordinario. De ascendencia polaca, con un trabajo aparentemente normal, una esposa devota y dos hijas pequeñas, Kuklinski representaba la imagen clásica del sueño americano. Sin embargo, detrás de esa fachada de padre amoroso y esposo ejemplar, se ocultaba un oscuro secreto: era uno de los asesinos a sueldo más temidos de la mafia.
Apodado “The Iceman” (El Hombre de Hielo) por su sangre fría y su capacidad para mantener la calma incluso en las situaciones más extremas, Kuklinski llevó una doble vida durante más de dos décadas. Su talento para separar sus actividades criminales de su vida doméstica era casi quirúrgico. Mientras desayunaba con su familia por la mañana, por la tarde podía estar ejecutando un encargo mortal sin mostrar el más mínimo remordimiento. Esta desconcertante dualidad fue lo que más sorprendió a las autoridades cuando finalmente fue arrestado.