En la década de 1970, Nueva York se encontraba en un momento de transición: la ciudad era un hervidero de ambiciones desmedidas, corrupción política y una lucha constante por el poder. En medio de este caldo de cultivo, un joven Donald Trump, heredero de una de las familias más poderosas en el negocio inmobiliario, buscaba ansiosamente hacerse un nombre. Aunque contaba con el respaldo de una fortuna considerable, Trump sentía que necesitaba algo más: una identidad propia, un legado que trascendiera la sombra de su padre, Fred Trump, el magnate de los bienes raíces.
Fue entonces cuando Donald Trump entró en contacto con Roy Cohn, un abogado de carácter fuerte y métodos despiadados que se convertiría en una figura clave en su ascenso al poder. Cohn, conocido por su rol como uno de los principales consejeros legales del senador Joseph McCarthy durante la caza de brujas en los años 50, se había ganado una reputación como un manipulador implacable y un estratega sin escrúpulos. A lo largo de su carrera, Cohn utilizó su influencia para proteger a sus clientes, crear redes de poder y, sobre todo, forjar una imagen de invulnerabilidad en aquellos con los que trabajaba.
Para un joven Donald Trump, sediento de poder y reconocimiento, Cohn representaba la figura ideal. Mientras que Trump tenía la riqueza de su familia y la oportunidad de expandir el negocio inmobiliario, le faltaba algo crucial: el conocimiento de cómo manejar los aspectos oscuros de la política y los negocios, los entresijos del poder en una ciudad como Nueva York. En Roy Cohn, Trump encontró a alguien dispuesto a enseñarle cómo navegar esos caminos tortuosos, sin importar los límites éticos o legales.
Cohn se convirtió en un mentor y aliado cercano de Trump, guiándolo en su incursión en la política local y en la construcción de una imagen pública de hombre de negocios audaz e imparable. Más que cualquier otra cosa, Cohn le enseñó a Trump el valor de la agresividad en el juego del poder, la importancia de no mostrar debilidad y, lo más crucial, la necesidad de construir una narrativa pública favorable a toda costa. A lo largo de los años, la influencia de Cohn en Trump se fue consolidando, y la figura del abogado se transformó en una especie de sombra que moldeaba las decisiones del joven magnate.
El vínculo entre Trump y Cohn no solo se basaba en la amistad personal, sino también en una visión compartida del mundo. Ambos veían la política y los negocios como arenas de combate, donde las reglas eran flexibles y el fin justificaba los medios. De hecho, fue gracias a Cohn que Trump empezó a ver la política no como una esfera separada de los negocios, sino como un instrumento más para conseguir poder y beneficios personales.
En este proceso de transformación, Trump adoptó muchas de las características que definieron su figura pública en los años venideros: una actitud desafiante, un desprecio por las normas establecidas y una constante búsqueda de la notoriedad. Si bien en sus primeros años Trump era conocido principalmente como el heredero de la fortuna inmobiliaria de su padre, con el tiempo, a través de su relación con Roy Cohn, logró convertirse en un personaje que trascendió los límites del negocio inmobiliario y se proyectó como una figura de influencia en la política y los medios.
La relación entre Trump y Cohn es esencial para entender no solo la carrera de Trump, sino también el estilo de poder que cultivó a lo largo de su vida. El joven Trump, impulsado por su ambición desmedida y la tutela de Cohn, se convirtió en el magnate que conocemos hoy, capaz de manipular los medios de comunicación, desafiar a la élite y construir un imperio personal a través de su inquebrantable voluntad de vencer a cualquier costo. Sin duda, Cohn jugó un papel fundamental en la creación del hombre que eventualmente llegaría a la Casa Blanca, con todos los matices de su compleja y controversial personalidad.
