
Bridget es una mujer que, como tantas otras, equilibra múltiples roles en su vida diaria: trabajadora incansable, madre dedicada y ama de casa, todo mientras lidia con un amor que se siente incompleto. Su día a día es una constante lucha por cumplir con sus responsabilidades sin perderse a sí misma en el proceso.
Uno de sus mayores retos es enfrentarse al escrutinio de las madres perfectas en la escuela de su hijo. En cada reunión y cada conversación casual, parece haber una competencia tácita sobre quién es la mejor madre, quién sacrifica más y quién domina el complejo arte de la crianza. Aunque Bridget está profundamente comprometida con el bienestar de Billy, su hijo, no encaja en ese molde idealizado y siente el peso de las miradas y los comentarios disfrazados de consejos.
Sin embargo, su verdadera preocupación no es la opinión ajena, sino el dolor de Billy, quien aún lucha por adaptarse a la ausencia de su padre. Ese vacío se manifiesta en los momentos más inesperados, y aunque Bridget hace todo lo posible por ser su apoyo inquebrantable, sabe que hay heridas que solo el tiempo puede sanar. En su intento por brindarle estabilidad, se enfrenta a la constante incertidumbre de si está haciendo lo suficiente.
En medio de esta maraña de emociones y responsabilidades, Bridget desarrolla una conexión inusual con el profesor de Ciencias de Billy, un hombre de mente analítica y lógica implacable, en marcado contraste con la montaña rusa emocional en la que ella se encuentra. Su relación está teñida de ambigüedad: conversaciones cargadas de tensión, silencios llenos de significado y un vínculo que desafía cualquier definición convencional de romance. Bridget se debate entre el deseo de compañía y la incertidumbre de si este lazo puede llevarla a algún lugar verdaderamente significativo.