
En lo profundo de la selva argentina, donde la vegetación parece respirar con vida propia y los espíritus antiguos aún susurran entre los árboles, un joven chamán errante aparece como una figura solitaria y enigmática. Interpretado por Gael García Bernal, este personaje sin nombre vaga por el paisaje tropical cargando con el peso de sus visiones y saberes ancestrales, alejado del mundo moderno pero inevitablemente atado a los conflictos que en él laten.
Su camino lo conduce a una remota plantación de tabaco, un pequeño refugio en medio de la selva que sirve como hogar para un hombre y su hija, interpretada por Alice Braga. La convivencia parece breve pero significativa: hay una tensión latente en el ambiente, una amenaza que se respira en cada rincón del bosque. Ese mismo día, la violencia irrumpe de forma brutal. Un grupo de mercenarios —deforestadores sin escrúpulos que llevan tiempo hostigando la zona— llega a la finca con una misión clara: desalojar, destruir y apropiarse del terreno.
El padre es asesinado sin piedad frente a su hija, en una escena de horror que marca el inicio de una pesadilla aún mayor. La joven es secuestrada por los invasores, convertida en rehén en medio de una guerra silenciosa por la tierra y sus secretos. La selva, testigo muda del crimen, guarda en sus entrañas la posibilidad de redención y justicia.