En el año 480 a.C., el Imperio Persa, bajo el mando del rey Jerjes I, inició una invasión a Grecia con el objetivo de expandir su dominio. En respuesta a esta amenaza, las ciudades griegas, que hasta entonces habían estado divididas, comenzaron a unirse para resistir la agresión persa. Uno de los episodios más emblemáticos de esta guerra fue la famosa batalla de las Termópilas, en la que un pequeño pero valiente grupo de soldados espartanos, liderados por el rey Leónidas, se enfrentó al ejército persa, que según las estimaciones, era mucho más numeroso.
Leónidas, con sus 300 guerreros espartanos, tomó una posición estratégica en el estrecho paso de las Termópilas, donde sus fuerzas esperaban frenar el avance del ejército persa. A pesar de ser conscientes de que la muerte era casi segura, los espartanos lucharon con una tenacidad imparable, protegiendo no solo a su ciudad, sino también el honor y los valores de la antigua Grecia. La batalla, aunque perdida para los griegos, se transformó en un símbolo de sacrificio heroico.
El sacrificio de los 300 espartanos fue clave para despertar el sentimiento de unidad entre las distintas polis griegas. Aunque la resistencia en las Termópilas no evitó la invasión persa, su heroísmo encendió el espíritu de lucha en toda Grecia. Las demás ciudades griegas, motivadas por el ejemplo de los espartanos, se unieron en una coalición para enfrentar la amenaza persa, lo que culminó en victorias decisivas como la Batalla de Salamina y la Batalla de Platea.